La travesía

Por fin llegó el momento ansiado de pasar un fin de semana en la costa.

Llevaba muchas semanas esperando aquel momento, soñando con relajarme en el mar, abandonándome al placer de navegar y descansar sin más preocupación que decidir que ropa ponerme…o quitarme.

Tenía mi maleta preparada, varios bikinis, dos vestidos cortos de noche, ropa interior fina, mis cremas y mi consolador favorito, por si me aburría, aunque con mi amigo esa posibilidad era muy improbable.

Mi amigo me envío un coche privado que me trasladó al aeropuerto y de allí embarqué en primera clase con destino al mar y a un fin de semana que resultó inolvidable, especialmente para ciertas partes de mi anatomía.

Durante el vuelo, yo iba con unos vaqueros ajustados, unas converse rojas, camiseta blanca sin sujetador, porque sabía que él igual me esperaba en el aeropuerto, aunque me dijo algo de que iríamos con más amigos, pero por si acaso quería estar atractiva en el momento de nuestro reencuentro, era una forma de agradecerle el detalle de su invitación y recordarle lo buena que estaba.

Al llegar al aeropuerto de destino y nada más salir me llevé una pequeña decepción, porque aparentemente nadie me esperaba, miré a todos lados sin reparar en un joven vestido de impecable uniforme negro que comenzó a hacerme señas para que me acercara.

Era un chofer que me invitó muy amablemente a acompañarle mientras cogía mi maleta sin aparente esfuerzo y miraba mi escote porque a causa del aire acondicionado mis pezones estaban duros como diamantes.

Fue un comienzo increíble, a pocos metros en el parking una limusina blanca esperaba con otra chica preciosa, mi amigo y otro amigo, dentro todos muy contentos, ya que llevaban dos botellas de champagne que se veían vacías en una cubitera con hielo de la que asomaban otras dos sin empezar.

Entre risas y miradas cómplices nos dirigimos al puerto donde nos esperaba el yate del amor.

Yo pensaba que no debería beber tan temprano sabiendo lo que me esperaba y temiendo que me bajara la conciencia y mi cuerpo se abandonara pasando a ser una indefensa presa fácil para tanto hombre y mujer dispuestos a divertirse en la travesía.

Afortunadamente llevaba los vaqueros y los dos o tres intentos de meterme mano fueron en vano, no así mis tetas que fueron testigos de las caricias y tomas de contacto de todas las manos que alcanzaron a ellas. Yo ya notaba un poco el efecto del champagne a palo seco y traté de subir la mano por la entrepierna de una chica muy morena que llevaba un vestido de lycra negro muy corto, se dejó sin oponer resistencia hasta que mis dedos alcanzaron a tocar una tela de algodón donde se apretaba un coñito de labios gruesos, no pude seguir porque una mano firme de hombre me agarró de la muñeca y se llevó mis dedos a su boca, tras lo cual me besó, mientras la morena reía mostrando una boca de dientes blanquísimos y labios gruesos que me recordó la forma del secreto que guardaba entre sus muslos firmes.

Cuando llegamos al muelle yo ya iba caliente como una perra y algo achispada, al igual que el trío que me acompañaba, mi pensamiento al ver el yate y su patrón esperándonos a bordo y mientras subían nuestros equipajes fue una sensación de miedo a perder el control allí sin poder escapar y rodeada de personas cuyo único objetivo era pasarlo en grande follando, bebiendo y bañándose…

Nada más subir, pude oler una mezcla de mar y perfumes de mis compañeras de embarque y observar un interior decorado con madera brillante, una gran mesa preparada y varios sofás de cuero blanco muy bien cuidados, testigos mudos de muchas orgías y algún que otro mareo.

No hubo tiempo ni para acomodarnos, a los cinco minutos ya estábamos todas las chicas en bikini con una copa de cava rosé muy frío que entraba como si fuese agua con gas y que me comenzaba ya a producir un intenso deseo de sexo desbocado.

Nos pusimos las tres en la proa en una plataforma muy bien acomodada para poder tumbarse al sol y dejarnos llevar por el mareo del mar el alcohol y una especie de atmósfera sexual que lo inundaba todo.

Ya sin sujetador pude ver como los dos hombres comenzaron a hablar entre ellos, como si se estuviesen repartiendo a las chicas y decidiendo sus turnos. Yo estaba tranquila porque era su invitada especial, mi amigo se acercó a mí con dos dry Martini, levantó su copa y me dijo:

-Eres mi invitada, pero le he prometido a mis amigos que hoy podrán tener la mejor experiencia sexual de sus vidas… contigo.

Al oír aquello noté una punzada en mi clítoris y como un calambre por todo mi cuerpo, estaba ocurriendo lo que más temía, ya no controlaba ni la situación ni mi cuerpo.

Lo siguiente fue bajarnos a un enorme camarote con ojos de buey dorados y música suave donde me deleité con una sucesión de besos con lengua, caricias en las tetas y leves tironcitos del clítoris que a esas alturas estaba preparado para una jornada agotadora para ambas.

El primer chico era muy fuerte, un portento físico, me cogió de la cintura y me levantó en volandas girando como dos bailarines, luego me dejó encima de la cama, me abrió las piernas y puso su boca en mi bikini arrancándomelo como haría una fiera salvaje, me comió el coño como un mono comería un flan, noté que ya me venía la primera corrida pero el animal aquel no paraba de chupar y lamer lo que me hizo sentir como cayendo por un tobogán de placer, ya me daba igual todo, tras correrme otra vez me di media vuelta y le agarré aquel miembro moreno, sin la blancura de los que toman el sol vestidos, y se la chupé sin dejar en ningún momento de mirarle a sus ojos. Aquello le puso a cien, noté como suspiraba y cerraba los ojos, y yo pensé, ahora que se va a correr se tranquilizará un poco y así yo podré descansar un poco…

Pero no ocurrió nada de eso, porque cuando estaba con la boca ocupada, aparecieron en el camarote mi anfitrión y la chica morena con una botella de vodka completamente desnudos.

El atleta aprovechó para sacar su polla de mi boca dejando unos hilitos de flujo que iban desde mis labios a su enorme y enrojecido capullo.

Ahora sí, me volví literalmente loca, me puse a cuatro patas e invité a los dos hombres a darme por donde quisieran mientras invitaba a la morenita a ponerse delante de mí para poder comerle esos labios que había podido acariciar en la limusina y que ahora los tenía ante mí jugosos dejando ver unos espacios sonrosados y profundos donde pronto navegaría mi lengua enloquecida.

Mientras le comía todo a ella que se retorcía agarrando la almohada con sus brazos yo notaba las dos pollas atravesándome por detrás, incapaz de reconocer a quien pertenecía cada una.

La del culito me dolía bastante pero era un dolor placentero porque ayudaba a disfrutar del rítmico mete y saca del otro pollón que me acariciaba el clítoris ya completamente fuera de control, los orgasmos me venían uno detrás de otro sin control, tenía que sacar la lengua del conejito de mi compañera de cama , sin soltarla, para poder chillar como una loca mientras trataba de seguir respirando con el conejito de la morena delante mía y las dos vergas insistiendo como máquinas perforadoras industriales.

El primero en correrse fue el atleta que me hizo girar la cabeza para enchufarme un surtidor en mi boca abierta mientras la morenita me agarraba las dos tetas con tal fuerza que pensé me las iba a arrancar.

Tuve que tragarme todo porque quería acabar mi particular faena, mientras seguía y seguía la verga entrando y saliendo en un polvo que nunca acababa.

Cuando le mordí el clítoris a la morenita tras haberla metido la lengua hasta sus entrañas gritó como una cerda que llevan al matadero, fue el orgasmo más sonoro que jamás he provocado en otra mujer.

La morenita se tumbó boca abajo jadeando y derrotada, mientras mi implacable perforador seguía, ahora acariciando mis tetas con una mano mientras con la otra me daba pellizquitos suaves en la piel de mi sufrido clítoris, cambiamos de postura varias veces y otras tantas me corrí ¡¡Ese tío no se cansaba nunca!!

Finalmente con mi cuerpo y mi mente completamente derrotadas y un estado de semi inconsciencia noté como se corría dentro de mí dando unos últimos arreones que me hicieron correrme por última vez.

Ya era tarde, aunque el sol todavía brillaba lo suficiente para que nos diéramos todos un baño relajante en un mar que parecía una balsa de aceite, notaba el agua del mar en contacto con mi conejito y mis muslos agotados  y aquello me proporcionaba una enorme calma y una sensación de relajación deliciosa, nos besamos los cuatro dentro del agua y nos miramos con ojos cómplices, yo sabía que aquello no había hecho más que empezar.

La cena, mi vestido corto de noche y mi abandono total me llevarían como a una sumisa corderita al matadero sexual de aquella travesía.

Tenía razón, cuando pierdo el control y me abandono me convierto en otra persona, me transformo en una mujer insaciable y depravada, y eso me encanta.